Transcurría el año 1980, por disposición del señor general Edmundo Vivero, comandante de la Brigada de Fuerzas Especiales No. 9 “PATRIA” (9 BFE), me designó comandante del Grupo de Fuerzas Especiales No. 1 (GFE 1), con sede en Quito; se publicó en la orden de comando, debiendo relevar al Sr. teniente coronel Marco Villa Jaramillo. En mi condición de mayor de Estado Mayor, graduado en Argentina, esta designación fue una gran sorpresa, pues había formado parte del estado mayor de la brigada, y el cargo normalmente correspondía a un teniente coronel de Estado Mayor.
Antes de asumir el cargo, conversé con mi comandante debido a que existían otros oficiales candidatos y podría haber malas interpretaciones, su respuesta fue clara: “Simplemente cumpla la orden, soy el comandante y soy quien nombra a los comandos de grupo en mi Brigada” y asumí el mando de inmediato.
En ese año, los problemas fronterizos con el Perú se intensificaban, por lo que equipos de combate fueron enviados a reforzar el sector de la Cordillera del Cóndor, bajo responsabilidad del Comando de Selva No. 21 y del Batallón de Selva No. 103 “Zamora”, con el objetivo de obtener información detallada del área y ante la posibilidad de un futuro despliegue de una unidad de mayor tamaño.
Primeros enfrentamientos y salto de combate
El 22 de enero de 1981 se produjo una agresión al destacamento ecuatoriano en Paquisha, fuerzas peruanas atacaron por aire utilizando helicópteros de combate; a pesar de ello, el personal de los destacamentos resistió con valentía y mantuvo sus posiciones, la situación se volvió crítica.
El 24 y 25 de enero de 1981 se realizaron los primeros saltos de combate, integrados por cuatro oficiales y cuatro equipos de combate: tres del GFE 1 y uno del GFE 2, allí participaron los tenientes Aníbal Hidalgo, Hugo Guerrón, el subteniente Roque Fabara y el capitán Huber de la Rosa, para los saltos el teniente Guerrón fue designado como jefe de salto.
La zona de salto fue establecida a orillas del río Nangaritza, nuestros comandos saltaron desde un avión Búfalo C-115, piloteado por el capitán Edgar Velasco, cada equipo estaba conformado por 24 comandos – paracaidistas con la misión de reforzar al Comando de Selva No. 21, integrado por personal profesional, con experiencia y gran entrenamiento.
A inicios de febrero, ante la gravedad de la situación, el alto mando militar decidió conformar el Agrupamiento Táctico “Cóndor”, cuya base fue el GFE 1, y la agrupación incluía otras unidades que las detallo a continuación:
• Una compañía de Infantería de Marina
• Un escuadrón de helicópteros del Ejército
• Un escuadrón de helicópteros de transporte de la Fuerza Aérea Ecuatoriana (FAE)
• Una compañía del Cuartel General No. 7 Loja
• Una compañía de comunicaciones del Batallón Rumiñahui
• Unidades de apoyo logístico de la misma región
La historia militar merece que se conozca que el Comando y Estado Mayor del Agrupamiento Táctico “Cóndor” estuvo compuesto por:
• Tcrn. Carlomagno Andrade Paredes, comandante del agrupamiento
• Tcrn. Gonzalo Bueno Espinoza, jefe de Estado Mayor y oficial de operaciones
• Mayo. Patricio Núñez Sánchez, oficial de inteligencia
• Mayo. Telmo Sandoval Barona, oficial de personal y logística
• Tnte. Vicente Canelos (Fuerza Naval), auxiliar de personal y logística
Orden de operaciones y preparación del salto
La noche del 3 de febrero fuimos convocados al Ministerio de Defensa, se encontraban presentes el Comando y Estado Mayor del Agrupamiento, así como el alto mando del Ejército. Fue el Sr. Ministro de Defensa, general Marco Aurelio Subía Martínez, quien impartió personalmente la orden de operaciones, y esta fue: Relevar al Comando de Selva No. 21 y al Batallón de Selva No. 103 “Zamora” en el sector de la Cordillera del Cóndor.

Mayor Sandoval 2do en la foto superior de izquierda a derecha, en la Cordillera del Cóndor
junto a soldados ecuatorianos en el sector Mayaicu.
La operación consistía en ejecutar un salto de combate al amanecer del 4 de febrero de 1981, saltos a ejecutarse desde tres aeronaves, un C-130 Hércules y dos C-115 Búfalo, escoltadas por aviones Jaguar de la FAE, en una inserción aérea que debía realizarse con precisión y coordinación integral. El personal a ejecutar la operación se encontraba concentrado en el cuartel de “El Pintado” desde dos semanas atrás. El GFE 1 se organizó en equipos de combate bajo absoluto secreto. Las órdenes se emitían en la madrugada, justo antes de partir hacia el aeropuerto, como en cualquier ejercicio de combate, nos preparábamos con armamento, equipo y fardos individuales, especialmente para las ametralladoras y morteros de 60 mm.; también se alistaron fardos adicionales con munición y medicinas que serían lanzados junto a los soldados designados.
Durante las noches, recibíamos la visita de las familias, hoy recuerdo con particular emoción a mi esposa, Susy, quien se encontraba embarazada de nuestra segunda hija, y con apenas siete años se encontraba mi pequeña Carla, por las circunstancias que vivíamos me despedí con disimulo y cariño, tratando de que no perciban lo inusual y riesgoso de la situación que se vivía en la época. Pedí a mi cuñado Marco Jijón, su apoyo para que las visitara al día siguiente con el subterfugio de que indicara que salí a una comisión especial; una vez que salió mi familia, nos enfocarnos totalmente en la operación que se tenía planeado ejecutar, indispensable era revisar equipos, comprobar manifiestos de vuelo, preparar la salida, debido que a las 0100 horas debíamos estar en el aeropuerto.
Salto de combate y despliegue en Cumbaratza
En la zona designada, y ya en el aeropuerto, los tres aviones estaban listos, embarcamos según lo planificado, con el apoyo del equipo de tierra de la FAE. Los soldados subían con su equipo completo y los fardos al frente, lo cual dificultaba el movimiento. Alrededor de las 0400 horas, ya nos encontrábamos listos, puesto que el salto debía materializarse antes del amanecer con las primeras luces del día.
Con la respectiva orden de vuelo, los tres aviones despegaron según lo establecido, en el avión Hércules C-130, viajaban al mando del avión Carlomagno Andrade y Gonzalo Bueno; en el primer C-115 volaba Patricio Núñez, y en el segundo, Telmo Sandoval. Durante el vuelo, la moral de la tropa era muy alta; todos cantaban con emoción: “Saliendo de su base los comandos ya se van… sin saber siquiera si van a volver o en algún lugar irán a caer, por la patria defender, se van… mancha roja, qué manera de morir…”. Me sentía profundamente orgulloso de estar al mando de esos valientes soldados del GFE 1.
Al llegar a Cuenca, punto de control de vuelo, Carlomagno informó que daríamos una vuelta más, ya que la escolta aérea (los Jaguar) aún no había despegado. Tras completar un circuito y sin novedad de la escolta, se decidió continuar hacia la zona de salto. Afortunadamente, minutos antes de entrar en final, los aviones Jaguar aparecieron a ambos lados, escoltándonos hasta completar el salto. Su pasada final y movimiento de alas fue un gesto que levantó aún más el ánimo de la tropa. La zona de salto seleccionada estaba ubicada en el sector de Cumbaratza, a orillas del río Nangaritza, era un espacio estrecho y corto; se tuvo que hacer dos pasadas por cada avión, debido al peso y la dificultad de evacuar rápidamente a los comandos con sus fardos. A pesar de ello, el salto fue exitoso, con pocas lesiones. El único incidente fue que uno de los fardos con medicinas cayó al río, pero fue rescatado por comandos que se lanzaron al agua. Aunque las gasas estériles se mojaron, como anécdota, se pudieron secar al sol para su uso posterior.

Salto de combate
Al pasar revista en tierra, notamos que algunos soldados sangraban dentro de sus botas, se da parte al Comandante del Agrupamiento y él ordena al médico que los atendiera, mientras se preparaban para la marcha hacia el campamento base en Paquisha. Son recuerdos imborrables de comandos valientes, decididos a combatir por su patria y dejar sus vidas por defender su suelo y al pueblo ecuatoriano.
Este salto de combate, ejecutado por cerca de 300 hombres de las fuerzas especiales del Ejército ecuatoriano, es hasta hoy, el único hecho en la historia militar de la región andino-amazónica, por ello, es considerado un evento histórico de alto valor simbólico y estratégico.
Operaciones en la Cordillera del Cóndor
Estábamos en plena acción en la Cordillera del Cóndor. Las fuerzas ecuatorianas ocupaban posiciones en contacto con el enemigo. Se desplegaron equipos de combate en los tres principales puntos de enfrentamiento: Paquisha, Mayaicu y Manchinaza. Cada uno contaba con una reserva inmediata en retaguardia, además de otros equipos destinados a tareas de abastecimiento desde helipuertos ubicados casi en la línea de cumbre de la cordillera.
La base principal del agrupamiento se encontraba en Paquisha Viejo, allí se ubicaban, el puesto de mando, la base de helicópteros, el centro logístico y el área de descanso para los equipos relevados. Aquel día, tras el relevo de las unidades en combate, los comandantes presentaban sus informes en el bohío del puesto de mando, un espacio rústico con una larga mesa de tablas y bancas improvisadas.
En esa jornada también llegó el inspector general del Ejército, general Gribaldo Miño Tapia, para realizar una visita de comando. Durante las exposiciones, el general Miño tomó asiento frente a mí. En un momento, tomó un caramelo del centro de la mesa. Al poco rato noté que comenzaba a asfixiarse: se puso rojo, se levantó bruscamente, alzó los brazos y no podía respirar, mi reacción fue inmediata: salté y le apliqué un golpe en la espalda —como en los tiempos de brigadier de la Escuela Militar—. No surtió efecto, volví a golpearlo con más fuerza, logrando que expulsara el caramelo y comenzara a respirar aun con dificultad, pero ya fuera de peligro.
El médico, capitán Viteri, llegó enseguida, masajeándole el cuello, mientras el coronel Gonzalo Bueno —jefe de Estado Mayor—, entre risas, comentó: “Telmo, ¿por qué le pegaste tan fuerte a mi general?”. Preferí retirarme discretamente a mi bohío para evitar comentarios, convencido de que hasta me podrían sancionar.
A la mañana siguiente, fui convocado y al presentarme ante el general Miño, me miró y dijo: “Mayor, quiero agradecerle. Me salvó la vida. Nadie hacía nada y usted reaccionó”. Desde entonces, esta anécdota fue objeto de bromas en la brigada. Incluso el reservado coronel Carlomagno Andrade se unió a las risas en ocasiones. Nadie se olvidaba que le “guaché”, término de costumbre militar al señor Inspector General del Ejército
Anécdotas en combate y moraleja operativa
Llevábamos ya varias semanas en combate en la Cordillera del Cóndor. La situación se volvía cada vez más ardua debido a las constantes órdenes de cese al fuego y repliegue, las cuales se emitían sin considerar que desplazarse en ese terreno tomaba días. Estas decisiones se originaban en las conversaciones entre representantes de ambos países. Recuerdo claramente que nuestro delegado fue el señor Vicealmirante Raúl Sorroza Encalada, y por el Perú, el almirante Jorge Davois. Aquí debo comentar que la vida da giros inesperados, en el año 1995, durante un seminario sobre negociación internacional en la Universidad de Harvard, en Boston (EE. UU.), coincidí con el almirante Davois, ya en retiro, mientras yo me desempeñaba como general de brigada en servicio activo y secretario general del Consejo de Seguridad Nacional (COSENA), ese encuentro simbólico resume el largo camino entre dos conflictos armados separados por 14 años.
Volviendo a lo que ocurría en el año 1981, en plena campaña, un día el jefe de Estado Mayor del Agrupamiento “Cóndor”, coronel Gonzalo Bueno, me llamó con urgencia al bohío del puesto de mando. Lo encontré molesto, con un periódico en la mano. Era una edición del diario El Universo. Me lo entregó diciendo: —“Lee esto, Telmo” —.
El reportaje narraba la historia de un teniente que, según el texto, combatía diariamente en primera línea, enfrentando ataques aéreos y terrestres de las fuerzas peruanas, manteniendo alta la moral de las tropas ecuatorianas. Más aún, afirmaba que este mismo teniente había salvado la vida del coronel Bueno durante una emboscada.
Gonzalo, con evidente indignación, me increpó:
—“Este joven no ha estado ni una sola vez en la primera línea. Siempre ha permanecido en la reserva. ¿Cómo se atreve a inventar semejante novela y encima decir que me salvó la vida?”.
Después de un cierto tiempo, me ordenó localizarlo y embarcarlo en el primer helicóptero con rumbo a Manchinaza a cargo del capitán César Molina, donde por fin conocería la realidad del combate. Así lo hice. Tiempo después, supimos que el teniente, cuyo nombre omito por consideración y respeto, había escrito esa carta a su madre con fines personales. Su madre, orgullosa de su hijo, la compartió con familiares, y por medio de un conocido periodista, terminó publicada.
Durante el resto del conflicto, el oficial permaneció en Manchinaza, ahora sí en combate real, hasta el alto al fuego. Nunca más se volvió a hablar públicamente de aquel reportaje.
Recuerdos imborrables de valor en la selva
En una ocasión, en uno de mis recorridos hacia la primera línea en el sector de Mayaicu —donde se encontraba el capitán Roberto Moya, amigo mío desde la infancia— le llevé una botella de whisky como obsequio. La botella llegó de milagro, tras múltiples caídas en el lodo y descensos accidentados desde los helipuertos en la cumbre hasta las líneas de contacto.
El encuentro con Roberto fue emotivo. Brindamos simbólicamente con la tapa de la botella, y compartimos un breve momento con su equipo. En una charla privada, me contó que el sargento segundo Cadena —conocido boxeador entre los paracaidistas—, frustrado por tantas órdenes de cese al fuego, pidió autorización para infiltrarse al destacamento peruano solo con su equipo y puñales, con la intención de eliminar a los enemigos cuerpo a cuerpo, a duras penas, Roberto logró contenerlo.
Con el paso del tiempo, uno comprende mejor las decisiones del alto mando. Nuestra capacidad militar frente al Perú era limitada, especialmente en medios aéreos, armas antiaéreas y equipamiento moderno. Los peruanos, desde la época del general Juan Velasco Alvarado hasta la de Francisco Morales Bermúdez, habían equipado sus fuerzas armadas con material francés y soviético: aviones Mirage, helicópteros de ataque MI-8, tanques T-54, T-55 y T-62, submarinos alemanes tipo 209, cohetes SA-3, SA-6, SA-7, y cazabombarderos Sukhoi, entre otros.
Nosotros, por contraste, teníamos que improvisar. Recuerdo a mi piloto, el teniente César Ubillus, maniobrando con gran destreza un helicóptero Gazelle sin armamento, intentando escapar entre los árboles mientras era perseguido por helicópteros peruanos artillados. Abrí la ventanilla del helicóptero y, en un acto de desesperación, saqué mi pistola y disparé al aire. Esa era nuestra realidad, que vale la pena evaluarla para que nuestra institución esté siempre bien dotada logísticamente y enfrentar, actuales y futuras amenazas como las que vive el Ecuador hoy en día.

Combatientes Cordillera del Cóndor de 1981
Reflexiones finales y legado estratégico del conflicto
El conflicto que nos tocó enfrentar en 1981 nos dejó lecciones claras y profundas sobre nuestras falencias en materia de armamento, equipamiento y logística. Experiencias que forzaron al país a mirar con seriedad y mucha sensatez la necesidad de modernizar a nuestras Fuerzas Armadas. Con el paso de los años, los mandos siguientes se encargaron de mejorar y completar estas capacidades, proceso que sería decisivo más adelante en otros conflictos.
Las lecciones aprendidas en Paquisha, Mayaicu y Manchinaza fueron fundamentales para enfrentar, en mejores condiciones, el conflicto del Alto Cenepa en el año 1995. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el conflicto en la Cordillera del Cóndor fue el primer paso hacia la victoria en el Alto Cenepa. Esta hazaña constituye un motivo de legítimo orgullo para todos los ecuatorianos por el coraje, valor y entrega de todos sus soldados verdaderos patriotas.
Con humildad y honor puedo escribir que tuve el privilegio de servir al país en ambos conflictos; en 1981, en combate en la Cordillera del Cóndor, y en 1995, ya como general de brigada, siendo Secretario General del Consejo de Seguridad Nacional (COSENA) y asesor del Presidente de la República, arquitecto Sixto Durán Ballén. En esa calidad, pude contribuir a que el Jefe de Estado comprendiera el sentir de nuestros soldados y les dirigiera un mensaje auténtico y motivador, que caló profundamente en el ánimo de quienes estaban combatiendo en el terreno, con una frase que jamás se olvidaría, “Ni un paso atrás”.
Conforme a la estructura del COSENA de la época, en cada ministerio operaban las DIPLASEDE (Direcciones de Planeamiento para la Seguridad y el Desarrollo), integradas por funcionarios egresados del Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN). Además, se asignó un oficial en el grado de coronel como coordinador en cada ministerio. Esta articulación permitió sistematizar eficientemente el apoyo a las operaciones en los distintos teatros de operaciones —terrestre, naval y aéreo—. Los requerimientos y abastecimientos llegaron en el momento, lugar y cantidad necesarios. Este esfuerzo interinstitucional fue clave para el éxito militar en el Alto Cenepa.
También son inolvidables las cartas que nuestros soldados recibieron de jóvenes estudiantes, de colegios y universidades, expresándoles afecto, respeto y confianza. Algunas venían acompañadas de pequeños paquetes con caramelos, cigarrillos o medicinas. Eran detalles sencillos, pero cargados de patriotismo, que nuestros soldados jamás olvidarán.
Al concluir el conflicto, con la firma del cese al fuego y la separación de fuerzas, se mantuvo la integridad territorial del Ecuador. Nosotros quedamos con el control de la vertiente occidental de la Cordillera del Cóndor, y los peruanos en la vertiente oriental. Ambas partes se comprometieron a mantener libre de presencia militar las cumbres de la cordillera, hasta alcanzar una solución definitiva.
Días después, recibimos una comunicación oficial del alto mando militar anunciando que el Comando y Estado Mayor del Agrupamiento Táctico “Cóndor” sería condecorado. Nuestro comandante, coronel Carlomagno Andrade, nos reunió para leer el telegrama. Tras una decisión unánime, solicitamos que las condecoraciones fueran otorgadas exclusivamente a los estandartes de las unidades participantes y a los comandos con actuaciones heroicas debidamente documentadas.
Uno de esos casos ejemplares fue el del sargento Milton Ruales, tirador experto de la Brigada de Fuerzas Especiales, recordando y resaltando que el 17 de febrero, en el sector de El Paso, cerca de Jiménez Banda, se paró en un claro de selva, enfrentando fuego enemigo desde helicópteros. Con gran precisión, disparó al copiloto de un helicóptero MI-8 peruano. Años después, en una visita al Perú, se confirmó que el teniente Ponce Lomayolo, considerado héroe nacional peruano, murió en combate con un disparo en la cabeza. Sabemos también de otros helicópteros peruanos derribados y del fallecimiento de un mayor y varios soldados, aunque algunos detalles permanecen sin confirmar. Estas acciones se realizaron únicamente con fusiles, lo cual permite dimensionar el coraje e hidalguía de nuestros combatientes.

Mayor Telmo Sandoval Barona con el periodista Carlos Vera en el Sector de Paquisha Viejo. Año 1981.
La ceremonia de condecoración se llevó a cabo el 24 de mayo, en el estadio olímpico Atahualpa. Fueron reconocidos los comandos designados por sus méritos, el comandante del agrupamiento, y los estandartes de las unidades en combate de todas las Fuerzas Armadas. Fue un momento solemne y merecido para hombres que arriesgaron todo por su pueblo.
Condecoración del Presidente a los estandartes de la Fuerza Terrestre y la Fuerza Aérea (Foto superior derecha Abogado Jaime Roldós Aguilera con el Tnte. Avc. Galo Fabara Ponce)